jueves, 28 de noviembre de 2013

Edad Media Europea (Las Cruzadas)

Edad Media Europea (Las Cruzadas)

Las cruzadas fueron una serie de campañas militares impulsadas por el papado y llevadas a cabo por gran parte de la Europa latina cristiana, principalmente, por la Francia de los Capetos y el Sacro Imperio Romano. Las cruzadas, con el objetivo específico inicial de restablecer el control cristiano sobre Tierra Santa, se libraron durante un período de casi doscientos años, entre 1095 y 1291. Más tarde, otras campañas en España y Europa oriental, de las que algunas no vieron su final hasta el siglo XV, recibieron la misma calificación. Las cruzadas fueron sostenidas principalmente contra los musulmanes, aunque también contra los eslavos paganos, judíos, cristianos ortodoxos griegos y rusos, mongoles, cátaros, husitas, valdenses, prusianos y, principalmente, contra los enemigos políticos de los papas. Los cruzados tomaron votos y se les concedió la penitencia por los pecados del pasado, a menudo llamada indulgencia.

Al Papa Gregorio VII se debe la idea de que los países cristianos se unieran para luchar contra el común enemigo religioso que era el Islam.
El Papa Urbano II (1088-1099) fue quien la puso en práctica. En 1095, la invitación a la lucha contra los turcos arribaría en embajadas francesas e inglesas a las cortes de las naciones europeas medievales más importantes: Francia, Inglaterra, Alemania y Hungría (Hungría no se unirá a las primeras cruzadas por guardar el luto de tres años del recientemente fallecido rey San Ladislao I de Hungría (1046-1095), quien antes de morir habría aceptado participar en la campaña de Urbano II). El llamamiento formal de Urbano II sucedió en el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia), jueves 27 de noviembre de 1095, cuando proclamó, al grito de '"Dieu lo volti"'(¡Dios lo quiere!), la denominada primera cruzada (1096-1099).

Gracias a la división de los Estados musulmanes, los Estados latinos (o francos, como eran conocidos por los árabes), consiguieron establecerse y perdurar. Los dos primeros reyes de Jerusalén, Balduino I y Balduino II fueron gobernantes capaces que expandieron su reino a toda la zona situada entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso más allá. Rápidamente, se adaptaron al cambiante sistema de alianzas locales y llegaron a combatir junto a estados musulmanes en contra de enemigos que, además de musulmanes, contaban entre sus filas con guerreros cristianos.
Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba decayendo entre los francos, cada vez más cómodos en su nuevo estilo de vida, entre los musulmanes iba creciendo el espíritu de jihad o guerra santa agitado por los predicadores contra sus impíos gobernantes, capaces de tolerar la presencia cristiana en Jerusalén e incluso de aliarse con sus reyes. Este sentimiento fue explotado por una serie de caudillos que consiguieron unificar los distintos estados musulmanes y lanzarse a la conquista de los reinos cristianos.
El primero de estos fue Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo, que en 1144 conquistó Edesa, liquidando el primero de los Estados francos. Como respuesta a esta conquista, que puso de manifiesto la debilidad de los Estados cruzados, el Papa Eugenio III, a través de Bernardo, abad de Claraval (famoso predicador, autor de la regla de los templarios) predicó en diciembre de 1145 la Segunda Cruzada.
A diferencia de la primera, en esta participaron reyes de la cristiandad, encabezados por Luis VII de Francia (acompañado de su esposa, Leonor de Aquitania) y por el emperador germánico Conrado III. Los desacuerdos entre franceses y alemanes, así como con los bizantinos, fueron constantes en toda la expedición. Cuando ambos reyes llegaron a Tierra Santa (por separado) decidieron que Edesa era un objetivo poco importante y marcharon hacia Jerusalén. Desde allí, para desesperación del rey Balduino III, en lugar de enfrentarse a Nur al-Din (hijo y sucesor de Zengi), eligieron atacar Damasco, estado independiente y aliado del rey de Jerusalén.
La expedición fue un fracaso, ya que tras sólo una semana de asedio infructuoso, los ejércitos cruzados se retiraron y volvieron a sus países. Con este ataque inútil consiguieron que Damasco cayera en manos de Nur al-Din, que progresivamente iba cercando los Estados francos. Más tarde, el ataque de Balduino II a Egipto iba a provocar la intervención de Nur al-Din en la frontera sur del reino de Jerusalén, preparando el camino para el fin del reino y la convocatoria de la Tercera Cruzada.

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